Por Santiago Delgado. (A Marina Rossell).
Cuando, el pasado verano, escuchaba a Marina Rossell, el la localidad murciana de Barranda, cantar, espléndida de voz, sentimiento y alma, su habanera «Naciste en una guerra», supe enseguida que su estribillo se iba a quedar conmigo para siempre.
Poco importa que la memoria no sea fiel a la letra. Ni siquiera sé si el título es fidedigno. Pienso a ese tipo de memoria como esa niebla que embellece los fondos de los cuadros de Da Vinci, esa nube baja padiana a la que el artista dio categoría estética. Sí, ese estribillo que decía: «Dónde está el olor, el sabor, el color… y el son». Y se refería a la nostalgia de los soldaditos españoles de alpargate y rayadillo que lograron regresar a España, y que en algún puerto pescador desde Cadaqués a Torrevieja, memoraban aquellos días caribeños, plenos de sensación y de amores, en que gozaban de la excelencia personal que sólo el Caribe proporciona.
De esto, surgió la habanera, ese danzón que sabe acunar el sentimiento como ningún otro. Toda habanera es elegía del Paraíso Perdido. Han pasado cadi diez años desde que hizo cien de su vuelta. «Más se perdió en Cuba, y volvieron cantando». Dice el dicho español acuñado en aquellos años. Y lo que cantaban era eso… habaneras. Habían perdido una guerra, y su canción lloraba, no la derrota, sino la pérdida de unas playas hechas de tranquilidad, de un sol eterno y de unas maneras de habla suaves y cantarinas. Quizás en algún otoño mediterráneo posterior, tras un levante fuerte, con el ritmo pausado de la ola que ayer llegaba furiosa a la playa, surgieron las letras nuevas, adaptadas al sentir de la misma ola, que acaso viniera de la misma Habana o de Santiago…
Por eso, Marina Rossell acertaba a recordarle a la dulce habanera su nacimiento en tiempos de tribulación extremos. Nada menos que en una guerra. Y la elegía era verdad. Y por eso triunfó en el corazón del resto de los españoles. Y sigue hoy gustando. La habanera de Marina Rossell, escuchada tierra adentro, casi celtibérica, me trajo el mar y su brisa caliente, templada como un amor perdido sin tragedia, aceptado como se acepta todo lo natural que hay en el mundo. Vale.